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jueves, 31 de marzo de 2016

El Cristo de la Buena Muerte II

     Y a cuentas del Cristo de la Buena Muerte y del citado libro "Cartas del Diablo a su Sobrino", del penúltimo capítulo también quiero sacar algún párrafo más:

     "Mi querido Orugario:
A veces me pregunto si te crees que has sido enviado al mundo para tu propia diversión. Colijo, no de tu miserablemente insuficiente informe sino del de la Policía Infernal, que el comportamiento del paciente durante el primer ataque aéreo ha sido el peor posible. Estuvo muy asustado y se cree un gran cobarde, y por tanto no siente ningún orgullo; pero ha hecho todo lo que su deber le exigía y tal vez un poco más. Frente a este desastre, todo lo que puedes mostrar en tu haber es un arranque de mal genio contra un perro que le hizo tropezar, un número algo excesivo de cigarrillos fumados, y haber olvidado una oración."
...
     "El único pasaje constructivo de tu carta es aquél donde dices que todavía esperas buenos resultados de la fatiga del paciente. Eso está bastante bien. Pero no te caerá en las manos. La fatiga puede producir una extrema da amabilidad, y paz de espíritu, e incluso algo parecido a la visión. Si has visto con frecuencia a hombres empujados por ella a la irritación, la malicia y la impaciencia, eso es porque esos hombres tenían tentadores eficientes. Lo paradójico es que una fatiga moderada es mejor terreno para el malhumor que el agotamiento absoluto. Esto depende en parte de causas físicas, pero en parte de algo más. No es simplemente la fatiga como tal la que produce la irritación, sino las exigencias inesperadas a un hombre ya cansado. Sea lo que sea lo que esperen, los hombres pronto llegan a pensar que tienen derecho a ello: el sentimiento de decepción puede ser convertido, con muy poca habilidad de nuestra parte, en un sentimiento de agravio. Los peligros del cansancio humilde y amable comienzan cuando los hombres se han rendido a lo irremediable, una vez que han perdido la esperanza de descansar y han dejado de pensar hasta en la media hora siguiente. Para conseguir los mejores resultados posibles de la fatiga del paciente, por tanto, debes alimentarle con falsas esperanzas. Métele en la cabeza razones plausibles para creer que el ataque aéreo no se repetirá. Haz que se reconforte pensando cuánto disfrutará de la cama la próxima noche. Exagera el cansancio, haciéndole
creer que pronto habrá pasado, porque los hombres suelen sentir que no habrían podido soportar por más tiempo un esfuerzo en el momento preciso en que se está acabando, o cuando creen que se está acabando. En esto, como en el problema de la cobardía, lo que hay que evitar es la entrega absoluta. Diga lo que diga, haz que su íntima decisión no sea soportar lo que le caiga, sino soportarlo "por un tiempo razonable"; y haz que el tiempo razonable sea más corto de lo que sea probable que vaya a durar la prueba. No hace falta que sea mucho más corto; en los ataques contra la paciencia, la castidad y la fortaleza, lo divertido es hacer que el hombre se rinda justo cuando (si lo hubiese sabido) el alivio estaba
casi a la vista."
...
     "Pero hay una clase de ataque a las emociones que todavía puede intentarse. Consiste en hacerle sentir, cuando vea por primera vez restos humanos pegados
a una pared, que así es "como es realmente el mundo", y que toda su religión ha sido una fantasía. Te habrás dado cuenta de que les tenemos completamente obnubilados en cuanto al significado de la palabra "real". Se dicen entre sí, acerca de alguna gran experiencia espiritual: "Todo lo que realmente sucedió es que oíste un poco de música en un edificio iluminado"; aquí "real" significa los hechos físicos desnudos, separados de los demás elementos de la experiencia que, efectivamente, tuvieron. Por otra parte, también dirán: "Está muy bien hablar de ese salto desde un trampolín alto, ahí sentado en un sillón, pero
espera a estar allá arriba y verás lo que es realmente": aquí "real" se utiliza en el sentido opuesto, para referirse no a los hechos físicos (que ya conocen, mientras discuten la cuestión sentados en sillones), sino al efecto emocional que estos hechos tienen en una conciencia humana. Cualquiera de estas acepciones de la palabra podría ser defendida; pero nuestra misión consiste en mantener las dos funcionando al mismo tiempo, de forma que el valor emocional de la palabra "real" pueda colocarse ahora a un lado, ahora al otro, de la cuenta, según nos convenga. La regla general que ya hemos establecido bastante bien
entre ellos es que en todas las experiencias que pueden hacerles mejores o más felices sólo los hechos físicos son "reales", mientras que los elementos espirituales son "subjetivos"; en todas las experiencias que pueden desanimarles o corromperles, los elementos espirituales son la realidad fundamental, e ignorarlos es ser un escapista. Así, en el alumbramiento la sangre y el dolor son "reales", y la alegría un mero punto de vista subjetivo; en la muerte, el
terror y la fealdad revelan lo que la muerte "significa realmente". La odiosidad de una persona odiada es "real": en el odio se ve a los hombres tal como son, se está
desilusionando; pero el encanto de una persona amada es meramente una neblina subjetiva que oculta un fondo "real" de apetencia sexual o de asociación económica. Las guerras y la pobreza son "realmente" horribles; la paz y la abundancia son meros hechos físicos acerca de los cuales resulta que los hombres tienen ciertos sentimientos. Las criaturas siempre están acusándose mutuamente de querer "comerse el pastel y tenerlo": pero gracias a nuestra labor están más a menudo en la difícil situación de pagar el pastel y no comérselo.
Tu paciente, adecuadamente manipulado, no tendrá ninguna dificultad en considerar su emoción ante el espectáculo de unas entrañas humanas como una revelación de la realidad y su emoción ante la visión de unos niños felices o de un día radiante como mero sentimiento.

Tu cariñoso tío,

ESCRUTOPO"

martes, 29 de marzo de 2016

El Cristo de la Buena Muerte.

     Cada vez que llega la Semana Santa y los Caballeros Legionarios sacan su procesión del Cristo de la Buena Muerte empiezan los lamentos y protestas de esos buenistas que parece que quieren negar el significado más profundo que podría tener la vida de cada ser humano, (ya lo dicen hasta algunos científicos). Con la cantidad de religiones y sistemas de creencias que vienen a decir lo mismo.

     Y ya llevo varios años que cada vez que leo esa colección de protestas tontas y sospechosamente ingenuas me acuerdo de un libro que leí hace años. 

     Se titula "Cartas del Diablo a su sobrino", de C.S.Lewis, También autor de las Crónicas de Narnia. Lo recomiendo entero, no tiene desperdicio. Pero hoy que acaba de terminar la Semana Santa española me apetece reproducir el capítulo final del libro:
     
     "XXXI
Mi querido, mi queridísimo Orugario, mi encantador sobrino:
¡Qué equivocadamente vienes lloriqueando, ahora que todo está perdido, a preguntarme si es que los términos afectuosos en que me dirijo a ti no significaban nada desde el principio! ¡Al contrario! Queda tranquilo, que mi cariño hacia ti y tu cariño hacia mí se parecen como dos gotas de agua. Siempre te he deseado, como tú (pobre iluso) me deseabas. La diferencia estriba en que yo soy el más fuerte. Creo que te me entregarán ahora; o un pedazo de ti. ¿Quererte? Claro que sí. Un bocado tan exquisito como cualquier otro.
Has dejado que un alma se te escape de las manos. El aullido de hambre agudizada por esa pérdida resuena en este momento por todos los niveles del Reino del Ruido hasta las profundidades del mismísimo Trono. Me vuelve loco pensar en ello. ¡Qué bien sé lo que ocurrió en el instante en que te lo arrebataron! Hubo un repentino aclaramiento de sus ojos (¿no es verdad?) cuando te vio por vez primera, se dio cuenta de la parte que habías tenido de él, y supo que ya no la tenías. Piensa sólo (y que sea el principio de tu agonía) lo que sintió en ese momento: como si se le hubiese caído una costra de una antigua herida, como si estuviese saliendo de una erupción espantosa, y parecida a una concha, como si se despojase de una vez para todas de una prenda sucia, mojada y pegajosa. ¡Por el Infierno, ya es bastante desgracia verles en sus días de mortales quitándose ropas sucias e incómodas y chapoteando en agua caliente y dando pequeños resoplidos de gusto, estirando sus miembros relajados! ¿Qué decir, entonces, de este desnudarse final, de esta completa purificación?

Cuanto más piensa uno en ello, peor resulta. ¡Se escapó tan fácilmente! Sin recelos graduales, sin sentencia del médico, sin sanatorio, sin quirófano, sin falsas esperanzas de vida: la pura e instantánea liberación. Un momento, pareció que era todo nuestro mundo: el estrépito de las bombas, el hundimiento de las casas, el hedor y el sabor de explosivos de gran potencia en los labios y en los pulmones, los pies ardiendo de cansancio, el corazón helado por el horror, el cerebro dando vueltas, las piernas doliendo; el momento siguiente, todo esto se había acabado, esfumado como un mal sueño, para no volver nunca a servir de
nada. ¡Estúpido derrotado, superado! ¿Notaste con qué naturalidad —como si hubiese nacido para ella— el gusano nacido en la Tierra entró en su nueva vida? ¿Cómo todas sus dudas se hicieron, en abrir y cerrar de ojos, ridículas? ¡Yo sé lo que la criatura se decía!: "Sí. Claro. Siempre ha sido así. Todos los horrores han seguido la misma trayectoria, empeorando y empeorando y empujándole a uno a un embotellamiento hasta que, en el instante preciso en el que uno pensaba que iba a ser aplastado, ¡fíjate!, habías salido de las apreturas y de pronto todo iba bien. La extracción dolía cada vez más y de pronto la muela estaba sacada. El sueño se convertía en una pesadilla y de pronto uno se despertaba. Uno muere y muere y de pronto se está más allá de la muerte. ¿Cómo pude dudarlo alguna vez?"

Al verte a ti, también Les vio a Ellos. Sé cómo fue. Retrocediste haciendo eses, mareado y cegado, más herido por Ellos que lo que él lo fue nunca por las bombas.

¡Qué degradación!: que esta cosa de tierra y barro pueda mantenerse erguida y conversar con unos espíritus ante los cuales tú, un espíritu, sólo podías encogerte de miedo. Quizá tuviste la esperanza de que el temor reverencial y la extrañeza de todo ello mitigasen su alegría. Pero ésa es la maldición del asunto: los dioses son extraños a los ojos mortales, y sin embargo no son extraños. Él no tenía hasta aquel preciso instante la más mínima idea de qué aspecto tendrían, e incluso dudaba de su existencia. Pero cuando los vio supo que siempre los había conocido y se dio cuenta de qué papel había desempeñado cada uno de ellos en muchos momentos de su vida en los que se creía solo, de forma que ahora podría decirles, uno a uno, no "¿Quién eres tú?", sino "Así que fuiste tú todo el tiempo." Todo lo que fueron y dijeron en esta reunión despertó recuerdos. La vaga coincidencia de tener amigos a su alrededor que había encantado sus soledades desde la infancia estaba ahora, por fin, explicada; aquella música en el centro de cada pura experiencia que siempre se había escapado de su memoria era ahora por fin recobrada. El reconocimiento le hizo libre en su compañía casi antes de que los miembros de su cadáver se quedasen rígidos. Sólo a ti te dejaron fuera.

No sólo les vio a Ellos; le vio a Él. Este animal, esta cosa engendrada en una cama, podía mirarle. Lo que es para ti fuego cegador y sofocante es ahora, para él, una luz fresca, es la claridad misma, y viste la forma de un Hombre. Te gustaría, si pudieras, interpretar la postración del paciente en su Presencia, su horror de sí mismo y su absoluto conocimiento de sus pecados (sí, Orugario, un conocimiento incluso más claro que el tuyo), a partir de la analogía de tus propias sensaciones de ahogo y parálisis cuando tropiezas con el aire mortal que respira el corazón del Cielo. Pero todo eso es un disparate. Todavía puede tener
que enfrentarse con penas, pero ellos abrazan esas penas. No las trocarían por ningún placer terreno. Todos los deleites de los sentidos, o del corazón, o del intelecto con que una vez pudiste haberle tentado, incluso los deleites de la virtud misma, ahora le parecen, en comparación, casi como los atractivos seminauseabundos de una prostituta pintarrajeada le parecerían a un hombre cuya verdadera amada, a la que ha amado durante toda la vida y a la que había creído invierta, está viva y sana ahora a su puerta. Está atrapado en ese mundo en el que el dolor y el placer tornan valores infinitos y en el que toda nuestra aritmética no tiene nada que hacer. Una vez más, nos enfrentamos con lo inexplicable.

Después de la maldición de tentadores inútiles como tú, nuestra mayor maldición es el fracaso de nuestro Departamento de Información. ¡Si tan sólo pudiésemos averiguar qué se propone! ¡Ay, ay, que el conocimiento, algo tan odioso y empalagoso en sí mismo, sea, sin embargo, necesario para el Poder! A veces casi me desespera. Todo lo que me mantiene es la convicción de que nuestro Realismo, nuestro rechazo (frente a todas las tentaciones) de todos los bobos desatinos y de la faramalla, deben triunfar al final. 

Entretanto, te tengo a ti para saciarme.

Muy sinceramente firmo como

Tu creciente y vorazmente cariñoso tío,

ESCRUTOPO.